Cuando decimos la palabra "maestro" inmediatamente pensamos en un ser sabio, lleno de virtudes y con mejores características
que las nuestras. Nos olvidamos que es la vida misma la mejor maestra, la que nos pone en el camino personas
comunes y corrientes para que recibamos lecciones de vida a través de ellas.
Desde pequeños tenemos maestros
para todo; maestros de música, pintura,
computadores, canto, hasta de buen comportamiento. Cuando era pequeña en mi
colegio recibí clases de protocolo y etiqueta, hoy encuentro diferentes
maestros.
El maestro puede ser cualquiera,
aquel que de alguna manera sea capaz de llevarnos a enfrentarnos con nosotros mismos,
con nuestros miedos y carencias, aquel que nos pone a prueba sin que él muchas
veces sepa que esa es su misión, o aquel que también nos ayuda a distinguir la
alegría.
Algunas veces no los reconocemos,
solo cuando se han ido de nuestras vidas o simplemente cuando hemos quitado el
barro de nuestros parpados. Entonces es cuando vemos que nos han enseñado a
crecer aunque algunas de estas lecciones las hayamos aprendido con garrote.
Podemos reconocer un maestro
desde nuestro corazón, escuchando nuestra voz interna despojada de juicios y
recelos, cuando estamos abiertos y convencidos que todo y todos de alguna manera están en nuestro camino
para ayudarnos a dar pasos y avanzar.
Agradecer por esos maestros del
camino es lo que realmente nos llevará a entender nuestro sendero. Seremos
capaces de regocijarnos con lo aprendido y con los cambios que a partir de ahí daremos. Así también
nos convertimos y nos reconocemos como
maestros de nuestra propia vida.
Es muy importante tener presente que para enseñar y enseñarnos,
la paciencia será nuestra aliada. El
camino no siempre es recto y nuestros estados anímicos nos pueden alejar o
acercar de aquello que debemos aprender. Entonces solo hay que tener calma pero
sin detenernos en el aprendizaje.
Hoy quiero recordarte que tú
tocas vidas y que por ello puedes ser maestro para otros. No salgas de esas
vidas sin antes tener la certeza que te tendrán presente, ojalá para bien. Saber
que recordarán tu voz aún en medio del ruido
y la soledad y que tu risa siempre desdibujará
los ceños fruncidos que la vida trace.
“Solo cuando el alumno está listo,
el maestro aparece” Proverbio budista
Mantengamos los ojos abiertos y el corazón ávido para seguir aprendiendo y
enseñando aunque pensemos que no
enseñamos.
Susana Jiménez Palmera
Susana Jiménez Palmera