Hace unas semanas una psiquiatra
amiga con la que me encuentro haciendo el taller “REINVENTARME” me hizo una
pregunta que parecía fácil mientras hablábamos
de las relaciones interpersonales.
- - ¿Qué es lo único que no puedes hacer? no
saquemos la pregunta de contexto, tengamos en cuenta el tema de conversación.
Y la respuesta aunque obvia, daba
para toda una disertación.
- - No puedo cambiar al otro, solo puedo cambiarme a
mí misma.
Vivimos pensando en lo que no tenemos, y esto nos
lleva a realizar cambios en nuestro entorno para rodearnos de lo mejor. Además
nos dicen que no hacerlo es habitar el conformismo, no aspirar, anclarnos en la
rutina, encallar en una vida que muchas veces no nos gusta. Entonces está bien
esforzarnos para cambiar hábitos, soñar y hacer un plan de sueños para
llevarlos a cabo si no nos encontramos felices. Pero el problema comienza
cuando creemos que también podemos cambiar al otro, podríamos justificarnos y
decir que lo hacemos por su bien o por el bien de una relación (sea cual sea) pero esto aparte de no ser posible, nos resta
fuerza y luz.
Mientras seguíamos conversando ella que se
encontraba frente a mí, se levantó y vino a sentarse a mi lado,
inmediatamente yo giré mi cara hacia ella y mi cuerpo también se movió para
quedar de frente. Este simple ejercicio podría indicar que si nosotros
cambiamos, el otro debería cambiar, pero puede no ocurrir.
Sin forzar al otro mi cambio debería ser una invitación a seguirme, su interés por mí tendría que generar algunas preguntas: ¿A dónde va?, ¿qué ha pasado con esta persona?, ¿quiero seguirla, o sigo en lo mío? Esto bastaría para tener un punto de encuentro. Si no sucede, ¿para qué queremos tener estas personas a nuestro lado? o ¿para qué queremos cambiarlas?
Queremos cambiar a la otra persona cuando tenemos un interés, cuando nos
proyectamos con el otro, cuando queremos vernos juntos pero ignoramos otras necesidades en aras de querer que una
relación fluya. En esta lucha nos
olvidamos de nosotros mismos, de nuestro crecimiento, del
respeto que nos debemos y debemos al otro.
Si la otra persona no quiere cambiar o modificar para que
mejore una relación, no merece la pena insistir en ello. No es simple si hay un sentimiento
real, no lo es si existían sueños, pero todo se puede si recordamos que solo podemos
cambiarnos a nosotros mismos y en ese cambio podemos encontrar lo que nos calce
mejor.
Tratar de cambiar al otro nos aleja de la alegría
que se siente al construirnos.
No olvidemos: Aceptamos lo que creemos merecer.
Nos merecemos lo mejor de nosotros para nosotros.
Susana Jiménez Palmera