El amor aflora en lo cotidiano

El amor aflora en lo cotidiano
...en el instante que se vive

martes, 17 de mayo de 2016

FELICIDAD...


Felicidad… es una palabra que hemos magnificado sacándola muchas veces de la realidad en la que vivimos,olvidando que la felicidad se encuentra ahí, al alcance de nosotros, porque simplemente está cuando sabemos disfrutar los momentos, los instantes que la vida nos regala. Son esos soplos de tiempo los que nos llevan a vivir plenamente. 

¿Cuántas veces hemos escuchado que la vida está formada por pequeños momentos, cuántas veces hemos repetido esta frase? pero, ¿somos conscientes de lo que significa realmente, lo aplicamos en nuestras vidas?

Si unimos esas horas, minutos, instantes, podríamos hacer días con ellos, incluso prolongarlos si damos lo mejor de nosotros mismos. 
Está comprobado que la felicidad es una forma de vida, y cuando digo esto me refiero a tener una mirada diferente para descubrir la vida. Tener los ojos llenos de asombro para maravillarnos con lo que nos rodea, como la mirada de los niños que disfrutan de cada descubrimiento. Sorprendernos con la vida nos lleva a un estado que se conoce como felicidad. Se siente regocijo en el alma cuando somos capaces de conectarnos con un atardecer, una flor, el color del cielo, la mirada de un niño o un anciano, los colores de la lluvia, el olor que esta deja a nuestro alrededor. 

Podemos hacer de nuestro mundo un manantial inagotable de sorpresas. Vivir cada día como una aventura que merece ser vivida plenamente, sembrar semillas de felicidad en nuestro interior para poder reflejar ese brillo en las pequeñas cosas que nos rodean. 

Las personas que en su vejez han declarado haber sido felices no tuvieron una vida en constante jolgorio, no pueden decir que sus años fueron una fiesta continua, simplemente han sabido aprovechar los momentos, la esencia de los instantes, han vivido intensamente lo único y lo irrepetible de cada situación.

El paso del tiempo nos recordará lo más significativo que ha sucedido en nuestras vidas y tendrán este carácter porque le hemos dado la importancia a esos momentos.

Te invito a leer  un cuento de Jorge Bucay a quien admiro profundamente y al que recurro en muchas ocasiones cuando hablo a otros de cosas sencillas como el arte de saber vivir.  Espero lo disfruten.

Un abrazo de luz sostenido.

Susana Jiménez Palmera.
Maestra en reiki
Coaching Personal

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El buscador 

Un buscador es alguien que busca, no necesariamente que encuentra.
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe que es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, él buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de kammir. El había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha divisó, a lo lejos Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada.
Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor, cuando de pronto descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:

Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:

Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas

El buscador se sintió terriblemente conmocionado.
Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.
Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
-No, por ningún familiar —dijo el buscador—. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo:
- Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…:

“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

A la izquierda, qué fue lo disfrutado.
A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.

Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso… ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…?
¿Y la boda de los amigos?
¿Y el viaje más deseado?
¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?
¿Horas? ¿Días?

Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento.

Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido”. 






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